Gravity Sur Pasto

Imagina deslizarte por el asfalto a toda velocidad, sintiendo el viento azotar tu rostro mientras la ciudad de Pasto se convierte en un vértigo de curvas y pendientes. El Gravity Bike es mucho más que un deporte extremo: es un desafío a la gravedad y al miedo, practicado clandestinamente en las empinadas carreteras del sur de la capital de Nariño. Allí, valientes jóvenes se lanzan sin pedales ni cadenas, confiando solo en su experiencia y en el freno para domar descensos que superan los 100 km/h. Este ritual urbano bordea el límite entre la gloria y el peligro.
Cada curva se convierte en una prueba técnica de equilibrio y reflejos; cada recta, en un latido acelerado del corazón. Pero la adrenalina tiene un precio: los accidentes son inevitables y han desatado un intenso debate sobre la regulación de la disciplina.
En Pasto, el Gravity Bike ha adquirido un resplandor casi místico, donde la estética del riesgo coquetea con la noción de la muerte. Esta crónica se adentra en la experiencia de quienes, con el pulso firme y la mirada fija en el horizonte, transforman la ciudad en su pista de descenso, buscando la emoción que solo se encuentra al filo de lo imposible.


David Le Breton, en su libro Antropología del cuerpo y Modernidad, dice que el cuerpo es una forma de comunicación, un modo de estar en el mundo. En el Gravity, la bicicleta o “la burra”, como le suelen decir, es el cuerpo extendido del ciclista. No es un objeto: es parte del ser. Cuando bajan a toda velocidad, no hay separación entre hueso y metal, entre alma y goma.
La estética aquí no es lujo, es identidad. Como decía Pierre Bourdieu, el gusto también es un modo de decir “quién soy” y “de dónde vengo”. En estas bicicletas se dice eso sin palabras: se ve en los colores, en los rines gruesos, en el marco bajito y en la postura de quien se lanza sin mirar atrás.
Armar una bicicleta no es solo armar una bicicleta. Es resistir. Es no dejarse ganar del miedo ni de la pobreza ni del estigma. Es construir algo que te lleve más lejos de donde estás. Muchos de estos jóvenes no tienen apoyo, no tienen espacio, no tienen reconocimiento, pero tienen un taller improvisado y muchas ganas.
Tardan horas o días, revisan frenos con la misma atención con la que un médico escucha un corazón. Cada ciclista es también un mecánico, un diseñador, un sobreviviente. Y en ese proceso, se va tejiendo comunidad. Se ayudan, se prestan herramientas, se prestan tiempo.
“Pero a veces uno no tiene nada, y toca armarla con paciencia, como quien se vuelve a levantar después de una caída”, dice Pipe Guancha, líder del grupo Gravity Bike-Pasto.

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JERGA DEL GRAVITY BIKE
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Edad: 25 años
Perfil:
Uno de los miembros más antiguos y respetados del Gravity Bike Sur Pasto. Comenzó en 2016 y ha sido testigo del crecimiento, las caídas y los retos del deporte. Trabajador y apasionado, Pipe entiende el Gravity como un acto de resistencia y de respeto por la vida y la muerte. Cada pieza de su bicicleta es armada con paciencia, como quien arma su propio destino.
"Aquí uno no solo monta. Aquí uno juega con la muerte“
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Edad: 17 años
Perfil:
Una de las pocas mujeres practicantes de Gravity Bike en Pasto. Carismática, fuerte y con un profundo sentido de comunidad, ve al grupo como una segunda familia. En cada descenso lleva un pequeño peluche en su bicicleta como amuleto de protección. Para Damaris, el Gravity bike es una mezcla de adrenalina, fe y compañerismo.
"Bajar es sentir que todo puede pasar, pero también confiar en que vas a llegar. Aquí somos una familia que se encomienda antes de cada descenso."
Dale click para escuchar a Damaris Ramos

Edad: 23 años
Perfil:
Conocido como "7" en el grupo, Sebastián combina su vida de trabajo como panadero con la pasión por el Gravity bike. Padre joven y soñador, encuentra en su bicicleta "Sonic" una forma de volar y de resistir. Ha sufrido caídas, ha perdido amigos, pero sigue bajando porque, para él, el Gravity no es solo velocidad: es sentido de vida.
"La bicicleta no es solo una máquina. Es parte de uno. Cada vez que bajo, siento que estoy luchando contra todo lo que me quiere detener."
Dale click para escuchar a Sebastián Montenegro A.K.A 7

Edad: 20 años
Perfil:
Empezó por inspiración en videos de YouTube y hoy es parte de “La banda de Valentino Rossi”. Su bicicleta, decorada con calcomanías propias y un peluche que le regaló su mejor amiga, lo acompaña en cada descenso. Ha viajado hasta Cali con sus compañeros, entre ellos dos que hoy ya no están. Cree que el miedo nunca se va, pero que se aprende a bajarlo. Para él, el Gravity es libertad, memoria y respeto.
“Cada vez que uno monta... ahí está el miedo.”
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Damaris Ramos tiene 17 años y uno practicando el Gravity Bike. Es la única mujer que hasta ahora se ha animado a montarse en una bicicleta y bajar los 11, 9 kilómetros desde la Coba Negra en la avenida Panamericana hasta el estadio Libertad de Pasto con una pendiente máxima de 4.3° Ella dice que en cada bicicleta también va la muerte, sentada como un pasajero invisible. Los Gravitosos, sus amigos, lo saben, y lo aceptan. Algunos la desafían. Otros le hablan. Otros simplemente se lanzan con ella al lado, sin decir nada. “Nunca sabemos si vamos a regresar a casa”, dice Damaris.
El historiador europeo Philippe Ariès, habló de cómo la Modernidad esconde la muerte, la evita, la convierte en tabú. Pero en Gravity, como nos lo hace entender Pipe Guancha, la muerte se ve de frente. Y no como drama, sino como parte del camino. Hay respeto, hay susto, pero también hay belleza. Porque, como dice Pipe, ir a 100 kilómetros por hora sin saber si vas a frenar a tiempo te recuerda que estás vivo.
Cuando uno los ve bajar solos en sus bicicletas por la carretera a esas velocidades, se imagina que en el banco va la muerte.
Cuando se juntan, bajan cada fin de semana. Algunos con frenos Shimano, otros con lo que se pueda. Pero todos con la misma sensación: que ahí, en ese descenso, están escribiendo una historia que el mundo aún no entiende.
Y mientras ruedan, bajan también el miedo, bajan el estigma, bajan los límites.




Aunque este deporte ha cobrado la vida de muchos de sus practicantes, para quienes lo viven intensamente, eso no representa un motivo suficiente para dejar de hacerlo. Durante el azote —como se conoce al descenso a altas velocidades— la adrenalina se convierte en la verdadera protagonista. En este mundo, la velocidad lo es todo, y conocer nuevas pistas, con pendientes prolongadas, se percibe como un arte.
No existe una edad mínima ni máxima para practicar Gravity Bike. se integran jóvenes, adultos, niños y niñas, todos con un punto en común: la pasión por sus bicicletas. Estos vehículos no son solo un marco con dos ruedas; poseen un profundo valor simbólico. Una cicla puede costar entre un millón y un millón cuatrocientos mil pesos, pero su verdadero valor no es monetario, sino emocional y simbólico.
El 5 de abril del 2025 en la vereda Cruz de Amarillo, ubicada en el corregimiento de Catambuco del municipio de Pasto, acompañamos a un grupo de practicantes de Gravity bike. Llevaban consigo la bicicleta de un compañero que recientemente había fallecido durante un descenso. Para ellos, era un homenaje. Sin embargo, en medio del azote, apareció la policía. Como este deporte es ilegal en Colombia (solo es legal en países como Estados Unidos e Italia), comenzaron a decomisar bicicletas. En medio del caos, los deportistas lograron esconder la cicla del compañero fallecido. Muchos tuvieron que huir y esconderse, no solo por miedo a perder sus bicicletas, sino por temor al abuso policial, que —según ellos— genera más miedo que el mismo descenso.
Una vez pasó el alboroto, el grupo se reunió nuevamente. Varias bicicletas fueron decomisadas, pero el objetivo se había cumplido: la bicicleta del amigo fallecido no fue confiscada. Y quedó grabada una frase que resume su sentir:
“Que se lleven cualquiera, menos la del finado.”
Claudia Marcela Cano, directora del Instituto Municipal para la recreación y el deporte en Pasto, recibe con naturalidad la pregunta sobre el Gravity Bike. No es un tema ajeno para ella. Reconoce que sí lo conoce y que incluso ha tenido contacto con algunos jóvenes practicantes en espacios de comité. Sin embargo, admite que desde el instituto no hay una relación directa ni seguimiento constante al grupo.
“El Gravity es una disciplina de alto riesgo”, dice la directora. Ese es el punto de partida: un deporte que involucra velocidad, pendientes muy empinadas y una buena dosis de adrenalina. Cano es consciente de que muchos jóvenes lo practican sin seguros, sin cascos certificados ni medidas de protección adecuadas, y eso, afirma, hace difícil que desde una institución pública puedan apoyar oficialmente su desarrollo.
A lo largo de la conversación, la directora intenta ubicar al Gravity dentro de una realidad más amplia: la necesidad de los jóvenes de buscar espacios para liberar tensiones, sentir emociones fuertes y conectar con sus pares. Asegura que esta situación no es nueva, y que por eso desde Pasto Deportes se han impulsado disciplinas alternativas como el break dance, el parkour, la calistenia o los deportes de contacto, buscando canalizar esa energía en entornos más controlados.
La entrevista avanza y aparecen temas que han generado tensión en los últimos años. Uno de ellos: la percepción de persecución. Claudia no evade el tema. Reconoce que para muchos jóvenes, las acciones de la Policía —como decomisos de bicicletas o desalojos— se perciben como represión. Sin embargo, sostiene que las autoridades actúan para prevenir tragedias. “No es fácil cerrar una vía panamericana. Se requiere el aval de Policía de Carreteras, y ellos han manifestado que no tienen cómo garantizar la seguridad en esos escenarios”, explica.
Las calles de Daza o Catambuco, donde suelen correr los corredores, no están diseñadas para eso. Son vías públicas, de alto tráfico, y cualquier incidente puede tener consecuencias fatales. Desde la institución, explica, no cuentan con los recursos logísticos ni con un escenario adecuado donde se pueda practicar este deporte de forma segura.
En ese contexto, menciona un episodio que marcó profundamente la discusión institucional: el caso de un joven que, según cuentan, se quitó la vida después de que le decomisaran su bicicleta. Claudia participó en ese momento en un comité de salud mental donde se trató la situación. Lo califica como un hecho lamentable, pero también como un llamado de atención sobre lo que significa el Gravity para quienes lo practican. “A veces no dimensionamos lo importante que es una bicicleta para un joven. Es su pasión, su identidad, su escape”, reflexiona.
Cano también recuerda que hace unos años se realizó una válida oficial de Gravity Bike en Pasto, pero aclara que fue en una administración anterior. No tiene detalles de cómo se organizó, pero si existiera un club formal y una propuesta bien estructurada, estarían abiertos a evaluar formas de colaboración, siempre que se garantice la seguridad y el cumplimiento de las normas. “Nosotros no nos cerramos. Si el club Gravity Sur Pasto existe y trae una propuesta viable, con gusto la revisamos”, dice.
Antes de cerrar la conversación, hace una invitación. Señala que las puertas del instituto están abiertas. “Siempre y cuando estén en horario de atención”, agrega con una sonrisa que rompe un poco la rigidez del tema. “Es necesario que nos cuenten directamente lo que hacen. Nosotros no lo vivimos, no lo sentimos como ellos. Y eso es importante para poder tomar decisiones”.
La entrevista termina sin promesas, pero con un gesto claro: si los integrantes del Gravity Bike se acercan, si se organizan y si logran plantear un escenario donde la práctica sea segura, el diálogo está abierto. Mientras tanto, el Gravity sigue descendiendo a toda velocidad por las laderas de la ciudad, entre la pasión de sus practicantes y los límites de una institucionalidad que aún no sabe cómo abrazarlo sin riesgos.
Al grupo Gravity Sur Pasto no se llega con grabadoras prendidas ni cámaras listas. No se llega preguntando, ni anotando. Primero hay que estar. Y para estar, hay que dejar el juicio a un lado, hay que bajarse de la mirada desde arriba, y ponerse a la altura del asfalto.
Al principio fue difícil. No sabíamos cómo recibirán a unos extraños con preguntas. Pensamos que no querrían hablar, que nos verían como “los que vienen a sacar provecho”, como tantas veces les ha pasado. Pero no fue así.
La primera vez que los vimos estaban ajustando bicicletas en una casa del barrio rosario en pasto, entre risas, grasa y herramientas regadas en el suelo. Algunos nos miraron con desconfianza, otros con curiosidad. Pipe fue el primero en hablarnos. Nos preguntó quiénes éramos y qué queríamos. Le respondimos sin rodeos: queríamos escuchar, entender, contar.
Según Noticias Caracol, en 2024, el Gravity Bike ha dejado más de 30 muertes en Colombia. Cinco de ellas ocurrieron en menos de un año en Risaralda, todas adolescentes. Todos bajaban por carreteras con pendientes largas y peligrosas, en bicicletas sin pedales, muchas veces sin frenos, sin equipo de protección, sin nadie que los esperara abajo más que el riesgo.
La noticia cuenta nombres, fechas y kilómetros. Pero no dice lo que se siente ir cuesta abajo con la muerte respirando al lado. No dice qué pasa por la cabeza de un joven de 15 o 16 años cuando aprieta el manubrio y no hay vuelta atrás. No dice lo que viven quienes bajan cada fin de semana, como en Pasto, donde el Gravity Bike también se practica, se respeta y, a veces, se llora.
Una bicicleta para practicar Gravity Bike en Pasto puede costar hasta un millón de pesos. Esas son las que bajan. Las que aguantan. Las que frenan. También hay bicis de 300.000 mil pesos, oxidadas, flojas, con partes armadas al azar. Pero esas no se usan. Porque con esas se matan.

“El corazón no da pa' tanto,
si usted no sale en su bicicleta se desespera.”
Pipe Guancha
