HISTORIA DE UN NIÑO ENTRE ARMAS

La decisión

48 horas

Colombia tiene dos caras, me decía mi abuelo cada vez que salía una noticia sobre el conflicto armado. 48 horas en la selva me lo confirmaron.

Al igual que muchos citadinos viví la guerra colombiana desde una pantalla, me indigné y pedí a Dios clemencia y justicia con este país, juzgando e ignorando la realidad de una nación construida con sangre de sus campesinos.

Nací en 1989, catalogado como el año más sangriento para Colombia; Pablo Escobar, la muerte de Galán, masacres paramilitares y guerrilleras, protagonizaron el cierre de la década ochentera.

Crecer entre tanta violencia despertó en mí un hambre de verdad y justicia; por eso estudié periodismo.

30 años después, el clímax del conflicto vuelve a azotar el país y una sangrienta historia que se repite me lleva a interesarme por investigar la guerra desde sus inicios, para ello necesitaba poner mi atención en una de las partes menos visibilizadas de la sociedad, el victimario; esa persona a la que juzgamos y reprochamos por sus indignantes acciones, en otras palabras, la historia de un insurgente. Para mí un criminal.

Más de 8 horas de viaje en carretera, atravesar un río en lancha, subir media montaña cargando maletas, me pusieron frente a frente con el protagonista de esta historia.

Nuestro primer encuentro fue a la mitad de la montaña. Al principio creí que era una gran idea, al llegar ahí me di cuenta: estaba en medio de la nada, mi vida dependía de un torturador y solo me quedaba pedir a Dios protección y confiar en él, sin embargo, una voz en mi cabeza me repetía
-él es uno de los adversarios de Colombia-

El sonido de unas botas marcó su llegada. Una voz gruesa, con un acento muy pacífico dijo: -Mucho gusto: Jeider

Era un hombre alto, moreno, su mirada era fría, evitaba a toda costa el contacto visual, la calma de su forma de hablar me hacía dudar que él fuera la persona a quien yo buscaba… asumí que un prófugo de la justicia debía llevar el miedo consigo, pero me equivoqué. Me analizó de pies a cabeza con su mirada, y yo lo analizaba a él de manera más disimulada, todo en el hombre me llamaba la atención. Recuerdo que mi mirada se quedó perpleja en su pierna derecha donde cargaba muy visible apretada en su bota de caucho un revólver calibre 38. Según el artículo 223 de la Constitución política colombiana, solo personas autorizadas por el gobierno pueden portar armas, sin embargo; sé que él no está autorizado.

Seguí caminando a su lado, con el fin de llegar al lugar donde pasaría las siguientes 48, me dio la mano y ayudó a subir mi equipaje montaña arriba.

La montaña era una meseta, en la cima estaba su casa y alrededor todo era coca, a excepción de un árbol de limón y otro de plátano.

Me tranquilizó el hecho que estaba con su mujer, una tímida chica de tez morena, aunque hablaba poco era atenta; me ofreció una bebida y algo de comer. Al mirarla me preguntaba ¿Cuánto se debe amar a alguien para irse a vivir en medio de la montaña?

Las horas pasaron mientras me bañaba, vestía y arreglaba mi cama.

Llegó la hora de comer y el primer interrogatorio hizo presencia, Jeider averiguó mi vida de forma tan sutil, que no alcancé a pensar mis respuestas… y finalizó con la pregunta más importante: ¿Y usted cómo terminó metida en este cuento? ¿Por qué quiso venir hasta acá? Mi respuesta fue corta: Quiero entender su vida.

Un momento de tensión nos dejó a todos en un silencio frío. Se oscureció, vamos a dormir -dijo Jeider y cada quien se dirigió a su respectivo dormitorio.

Esa noche casi no dormí, solo pensaba si fue impertinente de mi parte haber sido tan directa. Las horas pasaban y mi paranoico cerebro se concentraba en la idea que el ejército podía llegar o que algún enemigo, justo esa noche lo podía encontrar
-¿Será que mi vida corre peligro? Si pasa algo ¿Cómo podré huir? ¡Dios mío, tal vez estoy en un error! - eran algunas de las cosas que pensaba aquella noche.

La mañana siguiente, después de un vasto desayuno de arroz, espagueti, carne y agua panela; bajamos al laboratorio, lugar en que pactamos hacer el relato. Un laboratorio de coca es una rancho de un solo cuarto, con paredes hasta la mitad, en el que después de la cosecha se hace el primer proceso químico de la coca. Esta vez estaba vacío, solo unos plásticos, unas tablas y lo que queda de una bala de escopeta, estaban allí. Jeider se sentó en el filo y yo en una tabla frente a él, con tantas preguntas escritas en una agenda, que no sabía cómo empezar. Así que empecé hablando de la coca y él algo cortante me dijo: En diciembre es la cosecha, venga y ve cómo es esto.

Para romper un poco la tensión hice un comentario sobre la pistola
-yo nunca había disparado- dije…
-si quiere le enseño, pero solo tengo una bala- me dijo
me pasó el revólver calibre 38 y empecé a analizarlo, me miró con burla, hizo un guiño y dijo
- agárrelo sin miedo mona que no hace nada, el que hace es uno.
Se lo devuelvo y me explica todo el procedimiento, desde como se mete la bala, hasta la posición que se debe tener para disparar. Mi sed periodística me lleva a anotarlo todo.

Me dispuse a escribir sus palabras, él, sin previo aviso disparó, el ensordecedor sonido me dejó atónita por 3 segundos que parecieron horas. Así se debe sentir la muerte.

Sin embargo mi reacción causó gracia en él, y ahí, sin quererlo rompí el hielo, era hora de empezar a preguntar.

-¿Cuénteme de su historia, dónde creció? le dije
mirándolo sin temor pero con cautela, y Jeider empezó su relato; de su boca salieron historias perturbadoras, como nostálgicas; el abandono de su mamá, el maltrato, golpes, humillaciones, su relato se extiende cuando llega a los 6 años, edad en que queda solo y cómo siendo apenas un niño sobrevivió a su suerte hasta los 15, época en la que su madre vuelve por él. También recuerdo mi expresión de asombro cuando me cuenta sus múltiples intentos por hacer una vida fuera de las armas, pero sobretodo la ironía que representa para mí, que él, un militante de la guerra que ha estado en tantos grupos armados incluyendo el ejército nacional, piense que a quienes llamamos héroes de la patria, es el peor de todos los grupos, según Jeider porque la corrupción ahí es grande, además no tienen amor por la causa y mucho menos por la gente a quien juran defender…

Ahora puede entender que la frialdad de su vida lo convirtió en un hombre seco, puede que con algo de razón. Según la psicóloga * Samantha Jiménez, una persona que crece en el abandono tiene huellas en su personalidad que evitan mostrarse vulnerables ante diferentes situaciones.

Después de acabado su primer relato dice
- Yo pague cárcel por concierto para delinquir

En el Derecho penal Colombiano, el concierto para delinquir se presenta cuando dos o más personas se reúnen en una sociedad con fines delictivos, al ser penalizado busca tomar medidas contra delitos como el secuestro, la conformación de grupos armados ilegales, el terrorismo y la extorsión entre otros.

Termina explicando que con la cárcel pensó que cerraría su círculo con los grupos armados.

A medida que avanza esta historia pienso; él creció a escasas horas de Pasto lugar donde yo crecí, tiene mi edad. Sin embargo la vida no lo trató tan bien como a mí, siendo un niño vivió la guerra en carne y hueso, por ello tiene una visión tan diferente de la vida, a los actores armados los ve como protectores, guerreros de la batalla contra el gobierno. En sí, de este conflicto, pues lo que para nosotros es una tragedia, para él es una lucha por la igualdad.

A medida que hablaba de su historia solo pude ver un niño que tuvo que madurar a la fuerza, sin derecho a una infancia, educación o vivienda, entonces él también es una víctima más de las circunstancias de su pueblo. Conforme avanzaba el relato decidimos caminar por el lugar e ir a la quebrada.

Sentado sobre una piedra mientras sus ojos brillan contándome presente; la historia de amor con Zully, la chica de tez morena que mencioné al principio y como ella dejó su vida, su profesión de enfermera, por seguir a quien ella considera el amor de su vida, - yo le dije a ella, vea yo tengo un millón de pesos, vaya a su casa y allá me espera. - me dice mientras rota el cilindro del revólver, - comenta que ella se negó a dejarlo solo, y sin importar su situación se quedó con él - ella se levanta temprano a echar machete conmigo, diga si eso no es amor- dijo con un gesto que lo mostró por primera vez algo abochornado.

Lo más impactante, es como ese amor logra que un joven quien como única profesión conoce la guerra, decida buscar otra opción de vida para darle un futuro a ella.

Después de conocer la historia, ya no podía verlo igual, Jeider no es un criminal, es una persona que ha cometido errores, igual que todos, quien en repetidas ocasiones trato de ir por el llamado "buen camino" sin embargo cada vez que lo intentó o la corrupción o las injusticias del país, lo llevaron a desfallecer en su lucha. Ojalá Zully logré, lo que él solo no pudo.

El día iba terminando y era hora de subir a cenar, la conversación ya no era tensa, en mi cabeza solo podía pensar - ¿quién se iba a imaginar que terminaría compartiendo la mesa con alguien así? - en ese momento ya era la invitada en el humilde hogar de una pareja campesina con quien compartía una exquisita cena entre risas y chanzas.

Más tarde, mientras trataba de dormir, pensaba en Colombia y como los medios nos tienen con los ojos vendados y no nos dejan conocer ni una cuarta parte de la realidad de estas historias, la única forma de enfrentar la verdad es llenarse las botas de barro; como lo hago en estos momentos por más arriesgado que sea. Y ahora que escribo esta historia, pienso en usted querido compatriota, pues no solo aspiro a quitarme la venda de mis ojos, sino también la suya, usted que cree saber de guerra, pero siempre ha permanecido lejos de ella.

Amaneció y era hora de partir, me despedí de Zully, di las gracias, Jeider camino conmigo montaña abajo y una vez llegamos a la lancha, se despidió de mí con un adiós y me dijo, -mona ya la espero en diciembre pa' cocinar,- yo me pregunte- ¿cocinar qué?

* nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente

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